Desde hace unas semanas, he estado leyendo algunos de los escritos que se han presentado en este foro. Me sentí identificado con la mayoría por no decir con todos, ya sea por experiencias vividas o porque algún conocido pasó o está pasando por alguna situación similar. Desde ese entonces sentí una inquietud inmensa en aportar mi granito de arena contribuyendo con este gran proyecto en el tema de la depresión, que es la condición que más cerca me toca.
Mientras organizaba mis ideas y dilucidar desde qué punto de vista quería desarrollar el tema, decidí enfocarme en compartir estrategias que me han dado resultado en situaciones personales y no como un profesional de la salud.
Cuando comencé a escribir, el primer pensamiento que vino a mi mente fue este juicio tonto e injusto que hacen algunas personas (y que estamos cansados de escuchar) por personas “normales” que entienden poco o nada sobre las enfermedades de salud mental o trastornos del comportamiento. Dice algo así:
“La felicidad es solo un estado mental, si te sientes deprimido es porque de alguna manera u otra no valoras lo que tienes o porque le das más peso a los problemas que enfrentas y no a lo afortunado que eres por todas las cosas buenas que te rodean como familia, amigos, salud, etc. Total, si miras al lado siempre va a haber una persona en peores condiciones y no anda quejándose.”
El que ha pasado por un momento difícil, quizás una situación donde parece no haber salida, o una depresión severa en su vida, sabe que no es tan sencillo plantearlo de esa manera. No soy paciente de salud mental ni de trastornos del comportamiento, sin embargo, he pasado momentos sumamente complicados en mi vida, donde he puesto en duda hasta mi esencia como ser humano. Y claro que me he dado permiso para no aceptar, maldecir, sentirme culpable, triste, abatido, abrumado, frustrado y sin esperanzas. Es saludable hacerlo. Lo que no es saludable es convencernos que no existe salida y luego cruzarse de brazos mientras nos lamentamos y nos cogemos pena. Es en este momento donde, luego de experimentar y exteriorizar todos esos sentimientos negativos, viene la gran pregunta: ¿ahora qué voy a hacer?
Quiero detenerme un segundo aquí porque contestar la pregunta que hice en la línea anterior es una búsqueda individual y sería irresponsable de mi parte querer contestar para todo el mundo de la misma manera. Lo que sí puedo hacer es ayudarte a pensar diferente y darte herramientas o diversos lentes para que analices tu situación desde un nuevo punto de vista.
No pretendo pensar que la depresión se va a “curar” con simplemente pensar diferente, el cáncer tampoco se cura de esa manera. Lo que sí podemos trabajar son las cosas que hacen que mi depresión (o muchas condiciones de salud mental) mejore o empeore, dígase intentar hacer cambios en rutinas como ejercicios, hábitos de sueño, pasatiempos, distracciones, metas y sobre todo nuestra actitud. Se ha demostrado que los pacientes sobrevivientes de cáncer logran superar su enfermedad, en gran medida, por la manera en que enfrentan su condición, con su actitud. Enfocándose en algo o alguien que les da fuerza y motivo para continuar. Pero, ¿para cualquier condición de salud mental o trastorno del comportamiento sería diferente? Por supuesto que no. Créeme, tu actitud hace la diferencia. ¿Y si tengo el deseo de poner de mi parte para ponerme de pie y ser emprendedor pero no sé cómo hacerlo?
Primero, busca ayuda de algún familiar, amigo o profesional de la salud que te ayude a construir, a trazar caminos y buscar soluciones. Contar con apoyo en momentos difíciles ayuda a aliviar la carga. Segundo, descúbrete y conócete a ti mismo. Muchas veces esa búsqueda interna y esas batallas que peleamos en silencio no sabemos cómo abordarlas y simplemente las ignoramos. No es hasta que llega esa situación o problema de gran magnitud que estremece nuestros cimientos y nos presenta ese “reality check” donde parece que todo se viene abajo. Pero ¿de qué otra manera podemos afrontar situaciones saludablemente si no sabemos nuestros límites? Debemos aprender a identificar qué situaciones podemos manejar vs. qué otras nos causan un mayor nivel de ansiedad y en las que necesitemos ayuda de otras técnicas o apoyo de personas conocidas o profesionales de la salud.
Por otro lado, ¿a quién no le gusta el apreciar una buena historia? ya sea narrada, escrita, película, etc. Pues adivina qué, todos podemos escribir e interpretar nuestras grandes historias. Puede ser tan sencillo como plantearlo de esta manera: “poner tus pies en la tierra, tu imaginación en el cielo y trazar una línea entre ambas”, o tan complicado como: “muchos han podido pero yo no puedo”. Todos tenemos el poder de pensar, crear, construir, cambiar, evolucionar y adaptarnos. Lo único que tenemos que hacer es creer que podemos hacerlo y buscar la manera de realizarlo. La pregunta que realmente debes contestarte es: ¿Qué tú quieres?
Una vez escuché una frase poderosísima que dice: “Conseguir lo que quieres es relativamente fácil, el verdadero reto está en saber qué es lo que quieres.” Analízalo bien. Quizás me digas que eso que quieres está condicionado a alguna situación particular, ya sea apoyo de los que te rodean, situación económica, tiempo disponible u otras razones. El éxito no llega de un día para otro ni mucho menos por correo, sino trabajando duro y con disciplina. Pero recuerda, tu actitud es el primer paso.
Enfócate en mantenerte ocupado, planifica proyectos, metas a corto y largo plazo; premia tus logros, busca ayuda profesional u opiniones de amistades y amigos que puedan contribuir a la solución de situaciones. Vive con propósito. Vive con pasión. Pertenece a algo más grande que tú mismo. Dedícate a servir y verás como tarde o temprano cambia la marea.
Antes de finalizar, quiero compartir contigo un video que ilustra cómo una buena actitud hace la diferencia:
No quisiera concluir sin antes expresar mis respetos hacia los organizadores de este foro, quienes son los que hacen que este proyecto suceda, y a los colaboradores y escritores quienes tienen la valentía de dar un paso al frente y compartir detalles íntimos para servir de inspiración y motivación a otros. ¡Bendiciones!
En agosto 2016 fui diagnosticada por fin. La psicóloga luego de una serie de visitas y evaluaciones me dijo que tenía BPD (Bordeline Personality Disorder) o Trastorno Límite de la Personalidad. Luego de 8 años en los que pasé de psicólogo en psicólogo y uno que otro psiquiatra, por fin podía darle nombre a mi "situación emocional".
Por años, sólo las palabras depresión, ansiedad y pánico asomaban en las diversas terapias a las que acudí, pero siempre encontraba que algo faltaba. Habían características que no encajaban con los diagnósticos previos.
Cuando escuché el término BPD y la descripción sintomática, sentí un alivio generalizado. Por primera vez todas las piezas encajaban: el miedo crónico al abandono, la devaluación, el vacío, entre otros síntomas que no habían tenido cabida antes.
Nunca había escuchado sobre este trastorno; la doctora fue muy directa al decirme que no leyera información de otros portales de Internet fuera del que me había recomendado. Me dijo que las personas podían ser muy crueles a la hora de expresarse sobre la condición. Además, me dejó saber que yo no tenía el factor de la impulsividad y el espectro de las conductas de riesgo, lo que me colocaba en el nivel 5 del trastorno.
Luego del alivio de saber, vino el miedo de darlo a conocer a mi pareja y a mi familia. ¿Conocían de este trastorno? ¿Mi pareja entendería lo que estaba pasando? Mi familia había experimentado por años mis cambios de humor, mi depresión constante, mis miedos irracionales. Mi pareja y yo llevábamos varios meses saliendo y ya él había tenido que lidiar con mis ataques de ansiedad, mi miedo tenaz al abandono y mi tristeza permanente. Fue duro. Mi mamá me dijo que no se lo dijera a nadie más, que las personas no comprendían la condición y que debía mantenerlo en secreto; como lo he hecho. Nunca había tenido miedo de hablar de mi depresión, pero con el BPD es distinto. Las pocas veces que he intentado hablar sobre ello siento que no me hago comprender y la mirada de las personas entre pena y temor se asoma muchas veces.
Hay días que siento que no voy a ahogarme y puedo flotar entre los pensamientos que son detrimentales e hirientes para mí. Otros, la ansiedad y el pánico se apoderan de mí.
Aún estoy tratando de descifrarme. Me ayuda que en las terapias de grupo comparto con personas que viven situaciones similares y no me siento tan ajena. Sé que la recuperación no vendrá rápido. Hasta hace unas semanas me resistía a la idea de medicarme, pero llegó un punto en que me vi en la necesidad de comenzar a aceptar que necesito toda la ayuda que pueda.
Ser paciente de salud mental suena como algo aterrador, pero no lo tiene que ser. Aunque el diagnóstico inicial puede venir acompañado de muchos sentimientos encontrados, con el paso del tiempo y el aprendizaje se puede lograr ver una luz al final del camino y muchas ventajas de ser “diferentes”. Luego de muchas batallas ganadas y perdidas, puedo decir que le doy gracias a Dios por mi condición.
Aceptar el diagnóstico de Bipolaridad y luego el de Desorden de Personalidad Limítrofe (BPD), no fue fácil. No voy a tratar de minimizar el golpe que ocasiona enterarse de esto ya que es como cualquier otro padecimiento (aunque muchas personas no lo vean así). Mi reacción, al principio, fue incredulidad, pero lo peor del proceso es el aspecto farmacológico para encontrar los medicamentos adecuados y conseguir un buen psicoterapeuta. Luego de encontrar estas dos claves para el tratamiento, lo demás es más fácil (o menos difícil).
¡Pero comencemos con lo positivo!
Mis condiciones me hacen sumamente sensible a las emociones o sea que cuando estoy feliz, no hay nadie más feliz que yo y cuando amo, lo hago desmesuradamente. ¿A quien no le gustaría ser SUPER feliz o estar SUPER enamorado?
Mis relaciones de pareja han sido escabrosas, pero he sido inmensamente feliz en ellas, en especial ahora. Luego de ser diagnosticada y boicotear mi tratamiento por desconocimiento, tuve que ser hospitalizada y “reseteada”. Con esa experiencia crecí, como paciente y como persona. Hablar sobre mis debilidades en terapia individual y grupal me hizo ver los errores que estaba cometiendo así como todo lo que he estado haciendo bien. Aprendí a compartir mis emociones y sentimientos y a explicarlos hasta el cansancio para ser escuchada; no para que me entiendan, sino que sepan cómo me siento y porque. Al poner esa destreza en práctica, logré que mi esposo entendiera que al yo ser paciente, él es parte de mi proceso de recuperación y también necesita herramientas para lidiar conmigo.
Asimismo, la relación con mis hijos se ha fortalecido porque ser abierta con ellos sobre mi diagnóstico, los ayudó a entender que muchas cosas son más difíciles para mi de controlar (como el sarcasmo y los corajes), pero escucharlos, aconsejarlos y guiarlos es más fácil.
Por otra parte, en otras relaciones de amistad y en el ambiente laboral, puedo ponerme fácilmente en los zapatos de los demás y ser empática; esto me motiva a querer brindar ayuda a quien la necesite.
Soy maestra de escuela superior y he sido testigo de adolescentes con problemas que van más allá de una F en un examen. En estos catorce años de magisterio no he enseñado solo reglas y destrezas de lectura, he enseñado a mis estudiantes a pensar, a escuchar efectivamente y a ver el lado positivo de no ser excelente en todo.
He servido de confidente y amiga de mis estudiantes y, en más de una ocasión, los he guiado a aceptar ayuda alertando a sus padres sobre situaciones de cuidado como pensamientos suicidas y de automutilación. Me siento feliz de poder ver las cosas como paciente y no solo como maestra, ya que esto me ha dado las palabras correctas para motivar y llevar a mis estudiantes y sus padres de la mano.
Me siento útil cuando puedo aconsejar a otros y validar sus sentimientos aún cuando ellos piensen que éstos son negativos.
Mis altas en ánimo me convierten en una persona sumamente activa y productiva en el trabajo (aunque termine con las baterías agotadas). Siempre tengo que observar más de cerca cuando esto sucede porque me puede llevar a hacer compromisos excesivos y que luego no pueda cumplir. Pero he logrado muchas metas tomando ventaja de estos episodios mánicos (como se les conoce clínicamente en la bipolaridad).
No voy a esconder que cuando estoy molesta, triste o deprimida la reacción también es fuerte y a veces casi intolerable, pero aprender a manejar las emociones y adquirir destrezas para la regulación de éstas en terapia, me ha ayudado mucho.
Si aprendemos a ser asertivos en la comunicación, se puede llevar una conversación que, aunque sea incómoda, tenga buenos resultados; como dice mi terapeuta: “lo importante es no empeorar la situación.”
Para sacar el máximo de nuestra condición hay que tener en cuenta algunos puntos:
Si somos pacientes (de salud mental) debemos entender que como con cualquier enfermedad es importante el seguimiento y la constancia en el tratamiento. A veces no queremos ir, pero debemos obligarnos.
No es necesario que todo el mundo entienda lo que nos sucede, es importante que lo sepan (informarlos).
Es nuestro deber dejarle saber sobre la condición a las personas mas allegadas, orientarlos nosotros o pedirle a nuestro doctor que lo haga.
Conocer nuestros detonantes para no exponernos a ellos es importante, y cuando no podamos evitar alguno, planificar una “salida o escape” usando nuestras destrezas.
Llevar un diario escrito o digital facilita el aprendizaje sobre nosotros mismos y nuestra condición.
La vida no es color de rosa para nadie, pero está en nuestro alcance hacernos de herramientas que nos faciliten el camino. Para mí y muchas personas cercanas era imposible pensar que yo, una mujer que había estudiado, madre y con un trabajo tan estable, podía padecer de una condición mental. Pero nadie está exento y como dije al principio, ahora lo puedo ver como una bendición.
El símbolo significa esperanza en tiempos difíciles y determinación para seguir adelante. También representa la elección de seguir viviendo.
Sobre el silencio y el suicidio
En memoria de Gabriel Rivera Rivera
Introducción
Siempre me incomodó ese silencio que se producía cuando insinuaba que me quería morir. Como más podía escuchar un “¡Dios reprenda!”, “¡No digas eso!”, o me desvían la conversación al ángulo más lejano posible de tema como si eso sirviera de algo. En ocasiones lo decía como chiste, aunque muy en el fondo no podía negar que la idea era tan seductora que me estremecía.
Recuerdo que hace casi 10 años o menos le confesé a mi hermano que me quería morir. Yo estaba muy mal emocionalmente. Los detalles de esa noche son un tanto confusos aún. Sé que estaba llorando y había pasado unas semanas terribles, había tenido tantos ataques de pánico y no aguantaba más la angustia y tristeza. Sé que mi hermano habló con mis padres después de obligarme a comer y descansar. La verdad, yo no me atrevía a decírselo a ellos. Me daba miedo y vergüenza a pesar de que mi relación con mis papás era muy buena. Mi familia fue proactiva, de inmediato me buscaron ayuda y, de hecho, fue muy accidentada al comienzo. No duré un día con mi primer psiquiatra que fue una de las peores experiencias que tuve con un experto en la salud mental, pero aun así ellos insistieron y buscaron a otro.
Me pregunto qué pasaría si ese día no me hubiera atrevido a hablar con mi hermano o si él hubiera actuado de forma contraproducente. Tuve la suerte que muchos no han podido tener, de seguro no estaría aquí. A veces pienso en eso y siento que soy dichoso, no abrí mi boca con la persona incorrecta como pasa con muchos otros. Ese pequeño detalle me hace sentir tan mal. ¿Por qué yo si pude tener esa dicha y otros no? ¿Realmente he hecho lo suficiente para merecerla? A veces pienso que otro hubiera hecho mejor uso de ella.
Ayer supe que un compañero universitario se quitó la vida. De inmediato quise ver quien era y al ver su nota suicida me recordó a la que un día pensaba usar. Era simple, sin detalles, sin explicaciones, llena de buenos deseos y sin la intención de dañar a los que quedaron atrás: un agradecimiento con una despedida honesta y humilde. No pude evitar ver su Facebook para tratar de saber más de él y me recordó tanto a mí. Compartimos tanto en común, nos reíamos de las mismas cosas y sus publicaciones mostraban ese tono de melancolía que yo suelo tener cuando me encuentro pensando en suicidio. La forma que usaba para escudarse y exteriorizar su interior o hablar de sus necesidades era casi igual que la mía. (Hablar en tercera persona, motivar a otros a seguir adelante y cosas así) Seguramente si lo hubiera conocido me llevaría con él mucho.
Sé que no lo conozco y estaba lejos, pero siento culpa. De repente me llega la absurda idea de que pude hacer algo. Entiendo que no todos tienen el conocimiento para llegar a la conclusión de que se quería quitar la vida y también es muy fácil decir que todo apuntaba a eso después de ver el resultado. No sé si habló con alguien, no sé si pidió ayuda abiertamente. Desconozco cómo pasó, pero me recuerda tanto a mí hace 2 años atrás que me duele.
Siempre que pasa algo así siento que algo de mí se muere y es precisamente esa cosita que le llamo esperanza. Para la gente como nosotros, los que padecemos de depresión severa u otras condiciones mentales, este tipo de muerte suelen ser algo que nos quebranta mucho. Nos deja con esa pregunta tan incómoda que en ocasiones me hago antes de dormir: ¿y si en algún momento llegó a recaer, terminaré así?
Estuve todo el día de ayer pensando en que escribir, en qué decir. Hablé sobre el tema en mi Facebook y en otros lugares, pero acepto que hubo un momento de silencio antes de poder hacerlo. Sí, a pesar de que mi tiempo de reacción con este tema es casi inmediato, se me hace difícil abordarlo cuando la persona cometió el acto. Lo irónico que una sola persona se atrevió a contestarme. Entonces por eso decidí escribir de primera instancia sobre el silencio y el suicidio. Y no hablo de silencio del que se quiere matar, sino del silencio de los demás.
Más en la noche tuve una conversación con una buena amiga. Ella me llamó para decirme que no sabía qué decir. Aprecié mucho el gesto de honestidad, creo que eso fue mejor que cualquier silencio o recriminación. También me aclaró que la gente no estaba preparada nunca para lidiar con ese tipo de situaciones. No hay un manual que muestre lo que debes decir o hacer cuando alguien habla sobre ese tema. Entonces me doy a la tarea de trabajarlo yo, que muchas veces me vi aplastado por ese silencio incómodo.
Un relato, datos y estrategias
Sabemos que el suicidio es un tabú, pero el silencio no debería ser la respuesta. Muchos creen que hablar del suicidio aumenta las posibilidades de que ocurra, pero los estudios demuestran lo contrario. También considero que la mejor forma de abordar el tema es cuando alguien lo trae de manera natural. Así que decir “¡Dios reprenda” o “¡No digas eso!” es algo ineficaz y cambiarle de tema no lo hace mejor.
Por otro lado, burlarse de la persona y pensar que es incapaz de hacerlo puede ser un grave error. He escuchado de gente que retan a la persona a que lo haga. Creo que esos van por la línea de que creen que el individuo no se quitará la vida. Lo que es una presunción muy arriesgada porque en realidad no sabemos cuán dispuesta está la persona de hacerlo. Además de que eso solo haría que se cerraran los canales de comunicación imposibilitando que vuelva a pedir ayuda. Así que retar a la suerte no es algo muy inteligente en estas situaciones porque los resultados pueden ser devastadores.
Lo mejor sería escuchar y preguntar sin ningún ánimo de condenar a la persona. Eso nos da tiempo e información para saber cómo actuar. Está claro que todos tenemos en algún momento pensamientos suicidas, el que no los haya tenido es muy privilegiado. Así que lo importante es saber si fue una idea que llegó o que lo quiere hacer. Muchos de los suicidios no son planificados, pero 8 de cada 10 personas que se suicida han delatado sus intenciones claramente a sus cercanos.
El suicidio no es algo contagioso, no hay razón para salir huyendo si te tropiezas con alguien suicida. Recuerdo que en cierta ocasión cuando mi hermano ya no estaba conmigo en la universidad me encontré solo lidiando con mi depresión y los tratamientos. Muchas de mis amistades estaban muy ocupadas y otras simplemente me sacaban el cuerpo por mi situación. Lo que ellos no sabían es que el poquito tiempo que me brindaban no me sanaba, pero hacía la diferencia y me ayudaba a existir. Al ellos alejarse mi situación empeoró a tal nivel que el morir dejó de ser solo pensamiento, se volvió algo más. Sin darme cuenta tenía en mi closet la ropa que usaría en mi último día y estaba buscándole la fecha.
La gente que se suicida, en muchos casos, es que están perdiendo frente a una depresión severa: hay que buscarles ayuda. Es importante que reciba ayuda psiquiátrica y psicológica. Para aquel entonces yo la recibía y sospechaba que mi doctor se empezó a dar cuenta de lo que me pasaba. Me citaba casi semanal y me preguntaba sobre el tema con mucha insistencia como si no creyera lo que le decía. Eso siguió así hasta que un día sentí tanta vergüenza de mentir en su cara con tanto descaro sobre lo que iba a hacer. Me envió al hospital y a mi entender era un poco tarde.
Hay cierto punto donde ya el paciente no puede defender o sostener su propia existencia. Lo ideal es tratar de rescatarlos antes de que lleguen ahí, pero si no se puede aún hay tiempo para remediarlo siempre y cuando esté vivo. En el hospital tuve conversaciones reales sobre el suicidio. Como dije, consideraba que era un poco tarde, ya había decidido que lo haría así que contaba los días para salir. Hubo en particular dos conversaciones. La primera era de una chica que trabajaba ahí y había estado en mí misma universidad hace unos años. Ella pareció reconocerme y por eso me habló. Ahora no recuerdo los argumentos, pero sí recuerdo claramente cómo empezó a hablarme: “Yo sé que no hay nada que te pueda decir para hacerte cambiar de opinión, pero…”. Hasta el día de hoy fue la única persona que había validado mi dolor y mi decisión. Me sienta dañado más allá de cualquier reparo. Había perdido las esperanzas de cualquier recuperación, llevaba años en terapias y no mejoraba así que había decidido que yo mismo acabaría con la situación. El simple hecho que ella hubiera reconocido eso me ayudó a escucharla y permitirle que sembrara algo de esperanza en mí.
A veces el suicida olvida o no siente que lo quieren. Es algo tan normal cuando se tiene depresión, por alguna razón ese sentimiento de abandono es tan abrumador, pero es en muchas ocasiones un espejismo que tiene que ser roto desde el exterior. La segunda conversación fue con mi compañero de cuarto una noche antes de irme. Había mentido y dicho que ya no pensaba en el suicidio, que no lo planificaba hacer y me mostré muy convencido. Hice lo posible para ir a varias charlas, aunque las odiaba. Realmente no encontraba nada útil en ellas. Además, que me era molesto tener que dejar la cama para sentarme ahí y estar rodeado de gente. Pero la noche antes de irme, cambiaron a mi compañero de cuarto y pusieron un veterano. Él me habló de su familia y sus hijos. Me alentó a hablar con mis padres y me aseguró que ellos me quieren y que sufrirían mucho. Él sembró la duda de que tal vez estaba distorsionando mi realidad y eso eventualmente se convirtió en culpa, pero de eso no me di cuenta hasta meses después.
Para vencer el suicidio hay que aniquilar la soledad del individuo el tiempo suficiente hasta que la idea no esté. Al salir del hospital no asimilaba nada de lo que me había pasado en esos 7 días de encierro. Tenía que cumplir a una hospitalización parcial luego de eso, era parte de los compromisos que hice para salir, pero logré zafarme de él con un par de pretextos. Empecé ejecutar ciertas decisiones que había hecho con ayuda de la consejera que me atendió cuando estaba internado, pero, por otro lado, aún sentía que nada había cambiado nada. Me empecé a despedir de los amigos que aún querían hablarme. El plan era simple, dejar un recuerdo simpático en cada uno antes de partir para que no se sintieran culpables. Eso solo me dejaba con el problema de qué hacer con mis padres. Siempre uno de los dos estaba conmigo, no me dejaban solo. Muchas veces pensé en usar una nota para ellos, era un tanto complicado después de la conversación que tuve con el compañero de cuarto en el hospital. En lo que solucionaba como desaparecer sin hacer tanto desastre pasaron días y lo medicamentos estaban haciéndome ver con más claridad todo. Más cuando notaba que sí tenía y tuve apoyo siempre; que era cuestión de buscar.
Conclusión
Nada ha sido perfecto y he tenido varas recaídas desde entonces, no tan graves, pero si me han llevado a reconsiderar si debo o no seguir viviendo. La ventaja que tengo ahora es que estoy más consciente de cómo es el proceso y tengo muchas redes de apoyo, especialmente gente que conoce del tema. Mantenerme ocupado es útil cuando se puede, pero el esfuerzo que más aporta es el externo. Mis familiares y amigos me mostraron muy a seguido que soy importante para ellos y eso me hace de cierta forma sentirme comprometido a vivir. Eso es más de lo que esperaba.
La verdad no sé si ese veterano que me habló lo hizo apropósito, eso de tratar de hacerme sentir culpa por abandonar a mis padres, pero creo que fue un esfuerzo válido. Si tuviera que jugarme esa carta para evitar que alguien se quite la vida lo haría sin vergüenza alguna. Lo importante es obtener el tiempo necesario para que la persona pueda sanar, pero recalcó, hay que buscarle ayuda.
Aun siento que estoy en una zona gris, pero supongo que después de haber pasado por tanto tal vez es casi imposible volver a ver la vida como era antes. Aun siento que mi vida no vale ni la mitad de lo que vale la de alguien más, pero entiendo que algún valor tiene y que eso puede mejorar. Trato de ser diligente e ir todas las semanas a mis terapias y estoy aprendiendo a vivir con mis condiciones, de paso construyendo una vida que valga la pena vivir.
Recordar
1. Evitar hablar del suicidio no disminuye la posibilidad de que este suceda, sino lo contrario.
2. Lo mejor es pensar que la persona puede hacerlo y tomar las precauciones.
3. Escuchar e inclusive preguntar sin juzgar, minimizar o condenarlo.
4. No temerle al tema y mucho menos a la persona.
5. Buscarle ayuda profesional.
6. Siempre que haya vida hay tiempo para remediarlo.
7. Recordarles que son apoyados, queridos y amados por alguien, también demostrárselo.
8. No dejarlos solo, no hasta que haya recibido ayuda.
9. A veces el suicida habla en tercera persona cuando se refiere a él. A veces no es muy claro o hace usos de eufemismo para abordar la situación. Los chistes suicidas son típicos, el problema con ellos es que cualquiera los puede hacer y no necesariamente está pensando en ellos. Así que recalcó la 4 (No temerle al tema y mucho menos a la persona). Investiguen si es un chiste o la persona está en peligro.
10. Muestra disposición para la persona si sospecha que está en peligro.
11. Ofrecerse como red de apoyo. Un simple gesto como darle el número de teléfono o un abrazo funciona.