Wednesday, May 24, 2017

El diagnóstico adecuado


En agosto 2016 fui diagnosticada por fin. La psicóloga luego de una serie de visitas y evaluaciones me dijo que tenía BPD (Bordeline Personality Disorder) o Trastorno Límite de la Personalidad. Luego de 8 años en los que pasé de psicólogo en psicólogo y uno que otro psiquiatra, por fin podía darle nombre a mi "situación emocional".
Por años, sólo las palabras depresión, ansiedad y pánico asomaban en las diversas terapias a las que acudí, pero siempre encontraba que algo faltaba. Habían características que no encajaban con los diagnósticos previos.
Cuando escuché el término BPD y la descripción sintomática, sentí un alivio generalizado. Por primera vez todas las piezas encajaban: el miedo crónico al abandono, la devaluación, el vacío, entre otros síntomas que no habían tenido cabida antes.
Nunca había escuchado sobre este trastorno; la doctora fue muy directa al decirme que no leyera información de otros portales de Internet fuera del que me había recomendado. Me dijo que las personas podían ser muy crueles a la hora de expresarse sobre la condición. Además, me dejó saber que yo no tenía el factor de la impulsividad y el espectro de las conductas de riesgo, lo que me colocaba en el nivel 5 del trastorno.
Luego del alivio de saber, vino el miedo de darlo a conocer a mi pareja y a mi familia. ¿Conocían de este trastorno? ¿Mi pareja entendería lo que estaba pasando? Mi familia había experimentado por años mis cambios de humor, mi depresión constante, mis miedos irracionales. Mi pareja y yo llevábamos varios meses saliendo y ya él había tenido que lidiar con mis ataques de ansiedad, mi miedo tenaz al abandono y mi tristeza permanente. Fue duro. Mi mamá me dijo que no se lo dijera a nadie más, que las personas no comprendían la condición y que debía mantenerlo en secreto; como lo he hecho. Nunca había tenido miedo de hablar de mi depresión, pero con el BPD es distinto. Las pocas veces que he intentado hablar sobre ello siento que no me hago comprender y la mirada de las personas entre pena y temor se asoma muchas veces.
Hay días que siento que no voy a ahogarme y puedo flotar entre los pensamientos que son detrimentales e hirientes para mí. Otros, la ansiedad y el pánico se apoderan de mí.
Aún estoy tratando de descifrarme. Me ayuda que en las terapias de grupo comparto con personas que viven situaciones similares y no me siento tan ajena. Sé que la recuperación no vendrá rápido. Hasta hace unas semanas me resistía a la idea de medicarme, pero llegó un punto en que me vi en la necesidad de comenzar a aceptar que necesito toda la ayuda que pueda.   

 ~MM

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